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miércoles, 19 de junio de 2013

Libros filosóficos de la muerte

"Ser y Tiempo" de Heidegger

El estar vuelto hacia la muerte del que ahora nos hacemos cuestión no puede evidentemente tener el carácter de un ocupado afanarse por realizarla. En primer lugar, la muerte en cuanto posible no es un posible ente a la mano o que esté ahí, sino una posibilidad de ser del Dasein. Pero, por otra parte, ocuparse en realizar este posible equivaldría a provocar el deceso. Pero con esto el Dasein se sustraería precisamente el suelo necesario para un estar existentemente vuelto hacia la muerte.
Por consiguiente, si el estar vuelto hacia la muerte no implica una realizaciónde ella, esa expresión tampoco podrá significar: permanecer junto al fin, en su posibilidad. Tal actitud se daría en el pensar en la muerte. Semejante comportamiento consistiría en pensar la posibilidad calculando el cuándo y el cómo de su realización. Es verdad que esta cavilación acerca de la muerte no la despoja  completamente de su carácter de posibilidad, ya que la muerte sigue siendo objeto de reflexión en tanto que venidera; sin embargo, ese carácter queda debilitado por la voluntad de disponer calculadoramente de la muerte. En cuanto posible, ella debe mostrar lo menos posible de su posibilidad. Por el contrario, en el estar vuelto  hacia la muerte supuesto que éste deba abrir comprensoramente la posibilidad ya caracterizada y abrirla como tal— ésta debe ser comprendida en toda su fuerza como posibilidad, interpretada como posibilidad y, en el comportamiento hacia ella, sobre llevada como posibilidad.
Pero el Dasein puede relacionarse con algo posible en su posibilidad también en el esperar. Para un tender hacia lo posible, esto posible puede comparecer, sin impedimento ni menoscabo en su modalidad de quizás sí o quizás no, o quizás en definitiva sí. Pero, en este fenómeno de la espera, ¿no encontrará el análisis el mismo modo de ser respecto de lo posible que ya fue caracterizado a propósito del ocupado afanarse por algo? Todo esperar comprende y tiene lo que para él es  posible, en cuanto atiende a la circunstancia de si acaso, o cuándo y cómo lo posible habrá de llegar a estar realmente ahí. La espera no sólo es ocasionalmente un apartar la vista de lo posible y fijarla en su posible realización, sino que es esencialmente un esperar ésta. También en la espera hay un salto fuera de lo posible y un apoyarse en lo real que se espera cuando se espera algo. Partiendo de lo real y tendiendo hacia lo real, lo posible es arrastrado por la espera hacia dentro de lo real.

En cambio, el estar vuelto hacia la posibilidad en la forma del estar vuelto hacia la muerte debe comportarse respecto de ésta de un modo tal que ella se revele como posibilidad en y para ese estar. Semejante estar vuelto hacia la posibilidad lo llamaremos adelantarse hasta la posibilidad. ¿Pero no implica este comportamiento una aproximación a lo posible y con la proximidad de lo posible no surge acaso su realización? Sin embargo, este acercamiento no tiende a hacer disponible algo real ocupándose de ello, sino que en el acercarse comprensor la posibilidad de lo posible no hace más que acrecentarse. La máxima proximidad del estar vuelto hacia la muerte en cuanto posibilidad es la máxima lejanía respecto de lo real. Cuanto más desveladamente se comprenda esta posibilidad, tanto más libremente penetrará el    comprender en la posibilidad en cuanto posibilidad de laimposibilidad de la existencia en general. La muerte, como posibilidad, no le presenta al Dasein ninguna cosa por realizar, ni nada que él mismo pudiera ser en cuanto real. La muerte es la posibilidad de la imposibilidad de todo comportamiento hacia, de todo existir. En el adelantarse hacia esta posibilidad, ella se hace cada vez mayor, es decir, se revela tal que no admite en absoluto ninguna  medida, ningún más o menos, sino que significa la posibilidad de la inconmensurable imposibilidad de la existencia. Por su misma esencia, esta posibilidad no ofrece ningún asidero para una espera impaciente de algo, para imaginarse en vivos coloreslo real posible, y olvidar de esta manera su posibilidad. El estar vuelto hacia la muerte, en cuanto adelantarse hasta la posibilidad, hace por primera vez posible esta posibilidad y la deja libre en cuanto tal.
 

Estar vuelto hacia la muerte es adelantarse hasta un poderser del ente cuyo modo de ser es el adelantarse mismo. En el adelantarse desvelador de este poder ser, el Dasein se abre para sí mismo respecto de su extrema posibilidad. Ahora bien, proyectarse hacia el más propio poderser quiere decir: poder comprenderse a sí mismo en el ser del ente así desvelado, existir. El adelantarse se revela como posibilidad de comprender el extremo poderser más propio, es decir, como posibilidad de existencia propia. La constitución ontológica de esta posibilidad  debe hacerse visible por medio de la elaboración de la estructura concreta del adelantarse hasta la muerte. ¿Cómo se lleva a cabo la delimitación fenoménica de esta estructura?
Manifiestamente, determinando los caracteres que debe tener el abrir anticipante para que pueda llegar a ser una comprensión pura de la posibilidad más propia, irrespectiva, insuperable, cierta y como tal indeterminada. Es necesario tener presente que comprender no significa primariamente quedarse tan sólo mirando un sentido, sino comprenderse a sí mismo en el poderser que se desvela en el proyecto.
La muerte es la posibilidad más propia del Dasein. El estar vuelto hacia esta posibilidad le abre al Dasein su más propio poderser, en el que su ser está puesto radicalmente en juego. Allí puede manifestársele al Dasein que en esta eminente posibilidad de sí mismo queda arrebatado al uno, es decir, que, adelantándose, puede siempre escaparse de él. Ahora bien, sólo la comprensión de este poderrevela la pérdida en la cotidianidad del unomismo que tiene lugar fácticamente.
 

"Los ensayos" de Montaigne

Que filosofar es prepararse a morir

Dice Cicerón que filosofar no es otra cosa que disponerse a la muerte. Tan verdadero es este principio que el estudio y la contemplación parece que alejan nuestra alma de nosotros y la dan trabajo independiente de la materia, tomando en cierto modo un aprendizaje y semejanza de la muerte; o en otros términos, toda la sabiduría y razonamientos del mundo se concentran en un punto: el de enseñarnos a no tener miedo de morir. En verdad, o nuestra razón nos burla, o no debe encaminarse sino a nuestro contentamiento, y todo su trabajo tender en conclusión a guiarnos al buen vivir y a nuestra íntima satisfacción, como dice la Sagrada Escritura. Todas las opiniones del mundo convienen en ello: el placer es nuestro fin, aunque las demostraciones que lo prueban vayan por distintos caminos. Si de otra manera ocurriese, se las desdeñaría desde luego, pues ¿quién pararía mientes en el que afirmara que el designio que
debemos perseguir es el dolor y la malandanza? Las disensiones entre las diversas sectas de filósofos en este punto son sólo aparentes; transcurramus solertissimas nugas(No nos detengamos en esas fugaces bagatelas. SÉNECA, Epíst. 117.) ; hay en ellas más tesón y falta de buena fe de las que deben existir en una profesión tan santa; mas sea cual fuere el personaje que el hombre pinte, siempre se hallarán en el retrato las huellas del pintor.
Cualesquiera que sean las ideas de los filósofos, aun en lo tocante a la virtud misma (Montaigne emplea casi siempre la palabra virtud en la acepción latina, más amplia y comprensiva que la actual; lo mismo expresa con ella la fuerza, vigor y valor, que la integridad de ánimo y bondad de vida. ) , el último fin de nuestra vida es el
deleite. Pláceme hacer resonar en sus oídos esta palabra que les es tan desagradable, y que significa el placer supremo y excesivo contentamiento, cuya causa emana más bien del auxilio de la virtud que de ninguna otra ayuda. Tal voluptuosidad por ser más vigorosa, nerviosa, robusta, viril, no deja de ser menos seriamente voluptuosa, y debemos darla el nombre de placer, que es más adecuado, dulce y natural, no el de vigor, de donde hemos sacado el nombre. La otra voluptuosidad, más baja, si mereciese aquel hermoso calificativo debiere aplicárselo en concurrencia, no como privilegio: encuentro la yo menos pura de molestias y dificultades que la virtud, y además la satisfacción que acarrea es más momentánea, fluida y caduca; la acompañan vigilias y trabajos, el sudor y la sangre, y estas pasiones en tantos modos desvastadoras, producen saciedad tan grande que equivale a la penitencia. Nos equivocamos grandemente al pensar que semejantes quebrantos aguijonean y sirven de condimento a su dulzura (como en la naturaleza, lo contrario se vivifica por su contrario); y también al asegurar cuando volvemos a la virtud que parecidos actos la hacen austera e inaccesible, allí donde mucho más propiamente que a la voluptuosidad ennoblecen, aguijonean y realzan el placer divino y perfecto que nos proporciona. Es indigno de la virtud quien examina y contrapesa su coste según el fruto, y desconoce su uso y sus gracias. Los que nos instruyen diciéndonos que su adquisición es escabrosa y laboriosa y su goce placentero, ¿que nos prueban con ello sino que es siempre desagradable? porque, ¿qué medio humano alcanza nunca al goce absoluto? Los más perfectos se conforman bien de su grado con aproximarse a la virtud sin poseerla. Pero se equivocan en atención a que de todos los placeres que conocemos el propio intento de alcanzarlos es agradable: la empresa participa de la calidad de la cosa que se persigue, pues es una buena parte del fin y consustancial con el. La beatitud y bienandanza que resplandecen en la virtud iluminan todo cuanto a ella pertenece y rodea, desde la entrada primera, hasta la más apartada barrera.
Es, pues, una de las principales ventajas que la virtud proporciona el menosprecio de la muerte, el cual provee nuestra vida de una dulce tranquilidad y nos suministra un gusto puro y amigable, sin que ninguna otra voluptuosidad sea extinta. He aquí por qué todas las máximas convienen en este respecto; y aunque nos conduzcan de un común acuerdo a desdeñar el dolor, la pobreza y las otras miserias a que la vida humana está sujeta, esto no es tan importante como el ser indiferentes a la muerte, así porque esos accidentes no pesan sobre todos (la mayor parte de los hombres pasan su vida sin experimentar la pobreza, y otros sin dolor ni enfermedad, tal Xenófilo el músico, que vivió ciento seis años en cabal salud), como porque la muerte puede ponerlas fin cuando nos plazca, y cortar el hilo de todas nuestras desdichas.
 
 
 

 
 

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